
La profesora encuentra una botella en la playa.
MILCIADES
Abelardo Colombo
Milciades se puso a mirar la vidriera. Años hacía que no andaba por esas calles. Se había acostumbrado a ambular por esos pasillos largos, oscuros, fríos de esa arquitectura de cuatro plantas del siglo pasado. Gentes empastilladas. Cubiertas de anchas ropas limpias. Sin combinación de los colores. Envolvían esos cuerpos flacos. El tiempo vacío de compromisos unían al compañerismo. El hilo de incoherencia galopaban en sus conversaciones. La mañana del sol tibio se entreveró en sus pelos desparramados a la desalineación, al descuido y al capricho del viento que soplaba calmo.
Milciades hacía más de treinta años que no era autónomo. Dependía su equilibrio emocional de los dictámenes de los facultativos. Pareció que no se percató de esas aciones matutinas que realizaba. Ni siquiera se acordó de esas automatizaciones. La libertad absoluta tomó para moverse en un ancho arbitrio. Su cabeza al no estar procesado por colores de pastillas hospitalarias. Hizo que otra realidad se configurara en su mente. Miró los moldes horneados. Amarillos tostados cubiertos de miel, otros rebozados de cremas, dulces de leches. El paisaje pastelero lo dejo quieto. La cuidadosa exhibición detrás del vidrio, asimétrico a su figura. Deseó.
Los efectos inhibidores no actuaron en su cerebro. El desalojo de esas pastas químicas edificó ganas culinarias. Se inmovilizó. Se hechizó. No apartó la mirada de esos moldes alargados, redondeados y de medias lunas. Un buen tiempo de minutos poseyó ese encantamiento. El contemplador se encaramó en esa liturgia. La contemplación recopiló los contenidos de las fuentes de aluminios. Y de pronto. La comunión se transformó. El atlético movimiento recogió la piedra. Se lanzó con certeza. La vidriera explotó. Sucedió griteríos de las empleadas. Nueva fascinación. Su rostro se iluminó. La mano lo metió entre los vidrios rotos. Agarró la media luna. Lo comió. El sabor de los bocados lo llenaba de satisfacción.
Lo lógico se volvió ilógico. No corrió. Se quedó allí. Los pies no se movió entre los vidrios desparramados. A los lejos se oyó las sirenas de los móviles. Las facturas siguió comiendo. La policía y el médico no utilizaron violencia. No fue necesario. Lo agarraron del brazo y lo metieron en la ambulancia. Algunas astillas de vidrios cayeron del zapato. Se moduló a la central. Recuperamos a los internados que se escaparon del manicomio. Uno dijo al otro que nombre tiene el loco. Le contestó el de guardapolvo. Milciades, fue un político y general ateniense que combatió y ganó al Imperio Persa en el año 480 antes de Cristo. Quizás hoy el destino se despabiló.
Abelardo Colombo.
La profesora encuentra una botella en la playa.
En diciembre, siempre se tiene la esperanza de un momento mejor en nuestra vida.
Las pinceladas retienen un momento de la realidad según los ojos de quien lo mira y esa visión es lo que reproduce el artista.
El poema lo escribió la poetiza Graciela CORDOBA.
CUENTO DE LOCURA